Compartimos, cheos de emoción, o texto que nos fixo chegar o noso antigo alumno Guillermo Couto Contreras, adicado ao instituto e a Miguel Izaguirre:
Juego de luces.
Jueves por la mañana, la primera sorpresa del día no es del todo agradable. Un antiguo profesor mío de Filosofía, uno de los buenos, se ha ido.
Es una de esas noticias que te dejan en un estado de levitación momentánea. En un vaivén de recuerdos y nostalgia, entre los ecos de sus palabras y los de tus actos por aquellos tiempos. Que te hacen recordar los motivos por los que ese cariño se mantiene tan vivo todavía a día de hoy.
Miguel, aquel profesor de Filosofía tranquilo (aunque con carácter), pausado en sus andares, profundo en sus hablares y exacto en sus procederes, fue uno de esos docentes que, sea para bien o para mal, se quedan marcados en el interior de uno. En mi caso, y llevando este tipo de fatalidades como siempre llevan a echar un vistazo al pasado, a reflexionar, mi vida escolar no había estado, que digamos, plagada de buenos profesores. No había tenido la suerte de toparme con aquellos que, en su docencia, optaran por el esfuerzo y dedicación en vez de por la dejadez y fácil clasificación de sus alumnos, dando por perdidos a todos aquellos que cayeran en la cara b de aquella moneda que era la escuela.
Hasta que llegué a Adormideras.
Pese a no ser yo un alumno fácil por aquel entonces (aquellos que me conocen dirán que aún no he conseguido eso de ser una persona fácil a día de hoy), en Adormideras, sea por su mayor experiencia manejando gente difícil, distinta, sea por su mayor profesionalidad, capacidad y esfuerzo por ver cada caso en su individualidad, consiguieron hacerme cambiar sin que yo ni siquiera me diera cuenta de el cambio. Sin juzgarme, sin presionarme, solo despejándome el camino e invitándome a tomarlo haciéndome creer en mis posibilidades y virtudes, tantas y tan buenas, al menos, como las de los demás.
Por eso no es tan solo una oda al difunto Miguel. Aunque él, una vez más, haya sido el motivo de inspiración de mis palabras. Esto es también una oda al Instituto de Adormideras. A todos esos profesores y profesoras que, sin saberlo, han dejado huellas imborrables en nuestras personalidades. A aquellos que dejaron unas cuantas luces encendidas en mi interior, luces de esperanza y confianza, que venían tan apagadas por experiencias anteriores.
Como la luz de Miguel, que pese a que no pueda venir a encenderla de nuevo, ya no le hará falta, pues su luz nunca dejará de brillar en mi interior.
Y como la suya, la luz de Bértolo (que hasta había escrito el libro de texto con el que me daba clase), de Hei, de Ovidio, de Carmen, compañera de Miguel en el Departamento de Filosofía, y que también supo verme por lo que yo realmente era, pese a yo no poner las cosas fáciles.
Otros tantos profesores representan lo mismo para otros alumnos, sean más de la rama artística o matemática, pero con un denominador común: el cariño y el agradecimiento hacia Adormideras.
La calidad absoluta en su educación. El respeto y trato por igual a sus alumnos, sin importar su procedencia, religión, gustos, apariencia... Nunca me he reunido con un ex-alumno o ex-alumna de Adormideras que me hablara mal de este centro. Nunca he encontrado en este centro un profesor que hablara mal sobre mí, sobre otro alumno.
Por eso, cuando han pasado ya prácticamente 10 años de mi graduación y por no haberlo hecho antes, quiero dar las gracias. Gracias por la paciencia, por el esfuerzo. Por enseñarnos que hay otra forma de hacer las cosas. De proceder, de pensar. Por recoger a un alumno que había repetido dos veces en la ESO, y en tan solo tres años llevarlo a aprobar la selectividad en junio sin suspender ninguna por el camino. Gracias Adormideras.
Gracias Miguel. Ve en paz, amigo.
Guillermo Couto Contreras.
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